Capítulo 4.




   ─¡Dios mío, Tommy! ¿Qué haces? ─preguntó Pam, en un estallido de tensión. Sus ojos desorbitados chocaron con los de Tommy, amenazantes.

   ─Me detengo, ¿no lo ves?

   ─¡Tenemos a esos perros endemoniados detrás nuestra!

    Pam se abalanzó sobre el chico con sus brazos. Pero Tommy le sujetó con firmeza por las muñecas, evitando ser golpeado.

   ─¡Cálmate, Pam! ¡No pienso continuar con la rueda reventada! ─Volvió la cabeza atrás─. Mark, ¿los ves venir?

   ─¿Qué puede importar una rueda cuando tenemos a esas bestias detrás de nosotros? ─rugió Pamela.

   ─¡No nos sigue nadie! ¡Callaos de una vez! ¿En qué piensas, tío?

   Se miraron unos a otros con la estúpida sensación del que espera que la persona que tiene frente a sí tuviera la solución. Pero nadie dijo nada y el silencio cubrió hasta el último rincón de la furgoneta.

   Pam sentía que su corazón galopaba a gran velocidad en el pecho. Había percibido el claro estallido de la rueda y cómo la furgoneta se declinaba de un lado. ¿Ahora qué? Se preguntó. ¿Así acababa su esperado fin de semana? Toda la expectativa acumulada durante tanto tiempo echada abajo por un grupo de perros salvajes que no sabía ni de dónde habían salido. Todo un grandioso fin de semana del horror.

   Los primeros truenos resonaron en la distancia como el inicio de una nueva amenaza.

   ─¡Fantástico! ─gruñó Mark─. Pensar algo. Rápido. Vosotros sois los intelectuales, joder.

   ─Tranquilos. Hay una rueda de recambio ─dijo Tommy─. Y todo lo necesario para cambiarla.

   ─Menos mal, si no ya sería la leche, tío.

   ─Se acerca una tormenta ─auguró Pam.

   ─No ayudas nada, cielo ─replicó Mark─ ¿Dónde está la rueda y el gato para cambiarla?

   La mirada de Tommy se topó con la de Mark en el retrovisor.

   ─Está detrás de la cama. Hay un hueco, y ahí mismo está alojada la rueda.

   Mark echó un vistazo. La rueda estaba oculta bajo un trapo polvoriento.

   ─Ya la veo ─dijo, cogiendo el paño. En el agrío silencio, Mark permaneció al lado de la ventanilla, cerciorándose de que la jauría de perros no apareciera de pronto. Era lo último que deseaba; ver a aquellos mal olientes pedazos de carne operada, corriendo en dirección hacia ellos, con la lengua colgando como si el manjar les esperase enlatado dentro de la furgoneta.

   ─¿Por qué no hemos doblado a la derecha, por donde venía el perro herido de la gasolinera? ─preguntó Becka─. Con un último golpe habría quedado aplastado.

   ─Daría lo mismo. En pocos minutos la furgoneta se hubiese detenido sin remedio ─explicó Tommy─. Sin gasolina no hay viaje. Y acabarían por llegar los otros.

   ─No creo que nos hubieran seguido durante todo el camino ─repuso Becka.

   ─No quieras apostar ─dijo Mark─. Esos perros no parecen normales.

   ─Por eso, sí apostaría ─insistió Becka con una sonrisa forzada.

   ─No queda más remedio que cambiar la rueda ─dijo Mark─. Es un trabajo para gente más ruda. En la universidad seguramente no enseñen a enfrentarse con esto.

No hay comentarios :

Publicar un comentario