Libro 1. El retrato


1

Estaban a punto de llegar a la casa.
Un viejo Citroën se dirigía al Este por la interestatal 51. En el interior, madre e hija iban en completo silencio. Habían decidido, después de tantas discusiones, cambiar de aires y estar una temporada en la pequeña casa del lago, donde Peter Bates, su padre, vivía desde que se separaron seis meses atrás. Fue durante un tiempo, para reflexionar sobre su matrimonio. Las cosas no fueron bien entonces; Ashley tenía discusiones a diario con su madre, tal y como sucedió desde que partieron de Boston esa mañana. Nunca se llevaron bien madre e hija, pero cuando Peter se marchó la situación se hizo insoportable.
Habían abandonado la interestatal, ahora el Citroën avanzaba por carreteras secundarias con altos árboles sin hojas que se extendían a los lados. Llevaban varias horas rodeadas de ese paraje somnoliento bajo un cielo encapotado de nubes grises. Junto al coche, discurría silencioso el lago Loon, que parecía seguirlo interminablemente. Aun así, Ashley recordó aliviada que el sendero que conducía a la casa del lago no estaría ya muy lejos.
Habían pasado largo rato en silencio. A Ashley Bates no le apetecía abrir ahora la boca, y esperaba que su madre tampoco lo hiciera. Era uno de esos momentos en los que a ella le gustaba contemplar, en silencio, el paisaje desde la ventanilla de atrás, deseosa de poder ver las primeras casas de la pequeña ciudad de Wild Valley. En las afueras era donde hallarían el camino que llevaba a la casa del lago.
La decisión de ir con su padre había sido tomada por las dos, sin embargo, fue Ashley quien sugirió la idea. Deseaba volver a ver a su padre. Por supuesto, quería a su madre, aunque eran uno de esos amores sufridos, como solía ocurrir con todo en la vida de Ashley. La sacaban de quicio con facilidad. Era una chica solitaria, y eso repercutía en su madre, porque no quería que ella la molestase. Alguien podría apresurarse en decir que era egoísta, pero ella no lo creía así. Simplemente le gustaba zambullirse en sus libros, pasar horas leyendo y olvidarse de todo.
En el horizonte, bajo el manto grisáceo del cielo, se dibujaron las primeras casas de Wild Valley.
─Ya estamos llegando ─dijo la madre.
─Lo sé.
No era la primera vez que acudían a la casa del lago. Ashley tenía vagos recuerdos de unos diez años atrás. De pequeña, pasaban la mayor parte de los veranos allí. Rememoraba, muy a su pesar, sus peculiares torpezas con la bici. Y también, conocía a algunos niños de la ciudad, de cuando iban en verano, pero de aquello había pasado mucho tiempo. Ahora con dieciséis años volvían por un motivo diferente.
Numerosas casas iban creciendo en la línea del horizonte. Ashley esbozó una leve sonrisa. Hacía seis meses que no veía a su padre y el volver a verlo le producía cierto nerviosismo. Nunca logró olvidar el modo precipitado en el que se marchó. A ella no le gustó dejar las cosas así; semanas después lo llamó por teléfono y él se mostró cariñoso con Ashley. En los últimos momentos la situación era alarmante. Deseaba que ahora estuvieran las aguas más tranquilas.
Cruzaron las primeras casas de la ciudad. Las calles se exhibían sorprendentemente vacías para ser un viernes por la mañana. Algunos transeúntes atravesaron un cruce sin prisa alguna. Ashley no recordaba cómo debía de ser el estado de ánimo de aquella pequeña ciudad, pero algo le decía que aquello era excesivamente tranquilo. En cambio, en estos momentos, con total seguridad, la ciudad de Boston sería discurrida por cientos de personas que, a modo de hormigas, todas se dirigirían apresuradas a desempeñar, de forma mecánica, sus propias tareas.
Sorprendida, Ashley, volvió apoyar la espalda en el asiento trasero.
El Citroën abandonó las últimas viviendas de Wild Valley. La casa del lago se encontraba a las afueras de la ciudad, en el interior de un bosque de árboles altos, casi desnudos. Un camino de tierra conducía a la casa, atravesando parte del bosque, casi una milla al interior, hasta encontrar la parte Este del lago.
Divisaron, a pocos metros, el viejo camino que conducía a la casa. El vehículo giró a la derecha para adentrarse en él.
─El camino sigue igual de destartalado ─dijo Ashley.
El coche avanzaba sobre un camino de tierra y lleno de imperfecciones: piedrecitas diseminadas por toda la superficie, hoyos de cierta profundidad, que aún seguían allí después de tantos años.
Sarah trataba de hacer lo posible por esquivarlos, mas sin lograrlo; nunca fue buena conductora. El sendero iba casi en línea recta hasta un claro, donde una casa se alzaba delante del calmado y tranquilo lago Loon.
Estaban a finales de verano, pero aun así, Ashley comprobó que el otoño se precipitaba sobre el territorio a una velocidad inusual. El paisaje que rodeaba la casa y todo alrededor era grisáceo, melancólico, propio, en realidad, de lugares donde reinase un otoño más sombrío. El cielo encapotado cerraba cualquier intento a los rayos del sol por penetrar en el escenario. En aquellas regiones del norte, lindando con la frontera de Canadá, el verano no era más que algo anhelado e insatisfecho.
Cuando el viejo Citroën se detuvo, Ashley se apeó aliviada. Demasiadas horas de viaje le habían entumecido los músculos y quería estirar las piernas. Sobre todo, quería darle una sorpresa a su padre, que no las esperaba, así aprovecharía para sorprenderlo.
Caminó unos pasos hacia la casa.
A pesar de llevar diez años sin volver a aquel lugar, seguía teniendo un tenue recuerdo de cómo era, y comprobó enseguida que la casa no había cambiado demasiado. Seguía donde había estado siempre: en la orilla del lago. La casa era grande, de dos pisos, y a pesar de estar construida a base de gruesos tablones de madera, no era desagradable a la vista. Mostraba un acabado robusto y muy estable. Tenía un pequeño porche exterior. Era como una casita rústica en medio de aquel bosque, poblado de árboles tan altos que uno casi perdía la vista mirándolos.
A la izquierda del pintoresco paisaje, se alzaba el granero pintado de rojo, y que años atrás había construido su padre. La puerta de éste se encontraba abierta, quizá había alguien dentro. Ashley pensó que sería Peter, su padre, pero se equivocó.
Una figura desconocida emergió del granero y se detuvo para examinarlas. Era un viejo que llevaba puesto un mono de trabajo gris y estaba limpiándose las manos con un trapo. Su rostro estaba cubierto por una barba blanca, algo descuidada.
Ashley no reconoció la figura. El viejo se guardó el trapo en los grandes bolsillos del mono sin quitarles la vista de encima.
Detrás, su madre cerró la portezuela del coche y miró a su alrededor, inquieta, mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
─Buenas tardes, me llamo Sarah. Estoy buscando a Peter Bates, es mi marido.
─Hola ─saludó el viejo con una voz seca─, soy Frank.
La puerta de la casa se abrió y salió un hombre alto y de hombros anchos de unos treinta y pocos. Llevaba puesta una camisa de cuadros rojos y negros junto con unos pantalones de pana. La expresión era de indiferencia, pero Ashley no lo advirtió en ese momento.
─¡Papá! ─gritó Ashley, y comenzó a correr en dirección al porche de la casa.
─Hola ─se limitó a decir Peter.
El cabello negro de Ashley se contoneaba en el viento mientras subía apresuradamente las escaleras del porche, para dar un fuerte abrazo a su padre.
─¡Hemos venido para estar unas semanas contigo! ─informó Ashley─ ¿Qué te parece?
─Me parece muy bien... si es lo que queréis ─Peter lanzó una mirada a Sarah de circunstancia mientras añadía─: Creo que es una gran idea, Ashley ─dijo, a la vez que sonreía de una manera claramente forzada, aunque Ashley, tratando de saborear esos momentos, tampoco en esta ocasión lo vio.
En cambio, sí notó que el abrazo de su padre no era todo lo afectuoso que hubiera esperado. No obstante, ella se sentía contenta en este momento. Su padre les había recibido bien y podrían estar unas semanas juntos. No veía a su padre desde hacía seis meses y se encontraba con las emociones exaltadas. Era reconfortante volver a estar entre sus brazos de nuevo.
Sarah Bates, comenzó a caminar hacia la casa mirando al cielo, advirtiendo que éste estaba gris. Tuvo la impresión de que habría tormenta.
─¿Cómo estás, Sarah? ─preguntó Peter, serio─ Parece que tienes buen aspecto.
Sarah era una mujer que a sus treinta y siete años aún conservaba algo de su atractivo. Su cabello rubio seguía otorgándole un generoso brillo a su blanco rostro. Sin embargo, habían comenzado a endurecerse las facciones alrededor de los ojos y la boca. Unas ojeras hinchadas no lograban disimular el insomnio, a pesar del maquillaje.
─Bien, gracias ─dijo ella─, tú también tienes buen aspecto.
El viejo se acercó un poco hacia ellos.
─Frank ─dijo Peter─, te presentó a mi mujer, Sarah.
─Sí, nos hemos visto hace un momento. Mucho gusto, señora.
─Frank me ayuda un poco con la casa ─explicó, entonces forzó una sonrisa mirando a su hija─. Pero seguro que aún no conoces a mi chica grande. Aquí tienes a Ashley Bates ─su voz sonaba somnolienta, monótona.
─Hola, Ashley, ¿qué tal estás? ─saludó el viejo.
─Bien.
Ashley se abrazó a su padre apoyando la cabeza en el pecho.
─Estoy casi segura de que todavía no tienes lista mi habitación ─dijo, mirándolo a los ojos con expresión simpática. Y vio que los ojos de su padre parecían lejanos. ¿No se alegra de verme?, pensó Ashley.
─¿Cómo iba a saber que vendríais? ─preguntó Peter, manoseándole su cabello con la mano.
Cuando Ashley notó la mano de su padre, percibió que algo había cambiado. Siempre había experimentado la sensación de protección y de seguridad que desempeñaba un padre. Ahora era forzado, tratando de desarrollar un papel como un mal actor. A pesar de ello trató de ser ella misma, como siempre hacía con su padre.
─Oh, qué torpe y despistado eres papá ─le dijo Ashley sonriendo. Se apartó de él un poco a la vez que le lanzaba un golpecito en el hombro con el puño cerrado.
Ashley, de pequeña asimiló el hobby de su padre, el boxeo. Y en cientos de ocasiones se había repetido la misma escena: ella propinándole un Jab en el hombro de Peter, a lo que él respondía con una rápida sucesión de golpes inofensivos.
─Ahora no, Ashley ─gruñó Peter, sin inmutarse ante el golpe de su hija─. Ve a ayudar a tu madre con el equipaje.
Ashley se quedó confundida. De niña, ella y su padre siempre se habían divertido con esas parodias de boxeadores. ¿Qué le ocurría? Ashley fijó la mirada en su madre y notó que ella también advirtió el tenso recibimiento.
─No te molestes ─dijo Sarah, encaminándose al coche─, puedo yo sola.
Peter se dio la vuelta y cruzó el umbral.
─Vamos a entrar en la casa. Parece que viene tormenta.
La madre regresó con una maleta grande en la mano y mientras subía los escalones del porche vio que Ashley ya subía por las escaleras hasta la planta superior.
Tras ellos quedaba un paisaje gris y un cielo cubierto por un manto oscuro. Se acercaba la tormenta...

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