Rabia en Woodhills

Esta historia surge de la petición de algunos de mis lectores, que encontraron en el relato de La furgoneta, añadido en el libro de Los relatos del miedo, una historia merecedora de ser convertida en una novela más digna. Aquí os muestro el resultado, dedicado con aprecio a todos vosotros porque sabéis de qué va esto.

Woodhills y los personajes de esta historia sólo existen en la imaginación del autor. Aunque el condado de Kern situado en el increíble Estado de California existe, me he tomado la libertad de cambiar algunas carreteras y eliminar algunos pueblos para poder adaptarlo a mis necesidades. Espero que semejante acto no moleste a los buenos habitantes de la zona. Sin embargo, sí existen las encantadoras ciudades de Kingsburg y Bakersfield.



Prólogo.



El bosque se abría en un claro y allí, justo en el centro, estaba aquella furgoneta amarilla con una rueda reventada.

Pamela Hopkins oprimió su rostro contra el cristal y miró las nubes negras que se avecinaban por el horizonte; éstas pronto descargarían toda su furia. Por lo visto alguien había decidido que su situación aún no era lo suficientemente peligrosa. Sintió el frío cristal pegado a sus mejillas. Sin embargo, no eludió el calor que emanaba de su cuerpo en aquel momento, bañado en sudor a causa de la tensión a la que estaba sometida. Jamás pensó que un día como ése pudiera acontecer, siempre pensó que aquello pertenecía al pasado y a sus pesadillas. Pero a veces, sólo a veces, las pesadillas surgían del subconsciente para ponernos a prueba.

Se vislumbraron los primeros relámpagos emergiendo de entre las nubes cada vez más negras. Se había levantado viento y azotaba la furgoneta con fuerza.

Mark, desde la ventanilla de atrás, escrutaba la oscuridad junto a su novia Becka. Se había ofrecido voluntario para cambiar la rueda por una de repuesto. Miró a ambos lados con los ojos muy abiertos y llenos de desesperación. Pese a su meticuloso análisis de la zona y tras confirmase lo calmado que se encontraba todo, aún se mostraba inquieto por tener que salir de la furgoneta. Pero no les quedaba otra opción.

Oscuridad.

Las siluetas negras de los árboles se alzaban a unos veinte metros, y el sendero irregular se perdía en el interior de aquel frondoso bosque por una repentina abertura, con la sensación de convertirse en un túnel. Era por donde habían llegado al claro.

De pronto el cristal se empañó. Mark alejó el rostro del mismo y lo frotó con la manga de su camisa.

─No los veo ─susurró.

Becka posó su mano en el hombro de Mark. Él notó que la mano de su chica temblaba.

─¿Estás seguro?

─Creo que sí. ─Mark no apartaba la mirada del claro.

─Deberías salir ahora mismo ─dijo Tommy─. Con la tormenta que se acerca te será más difícil.

─Yo voy contigo ─dijo Becka.

─Ni hablar, tú te quedas aquí ─le ordenó Mark─. Puedo hacerlo solo.

─Será mejor que cojas la vara de acero, por si acaso ─sugirió Tommy.

─Sí, buena idea. ─En cuclillas, Mark avanzó por la parte trasera de la furgoneta y cogió con firmeza la vara de acero cubierta con algo de óxido. Era bastante gruesa, pero no le hizo sentirse seguro del todo.

Pamela continuaba en silencio, pensando en cómo la situación se les había ido de las manos, y sobre cuántas horas llevaban encerrados en la furgoneta del padre de Tommy. Un cruce de carretera bastaba no sólo para desviar un vehículo de su trayecto, sino para cambiar toda una vida para siempre. Ella sabía, desde que había abierto los ojos aquella mañana, que algo insólito iba a suceder.

─Deben estar escondidos. ─Pam rompió el silencio, al tiempo que Mark cogía el gato mecánico para elevar la parte trasera de la furgoneta.

Todos se volvieron para mirar a Pam. Estaban aterrados.

¿Y si tenía razón?

Llevaban un buen rato sin verlos. Creían haberlos dejado atrás.

¿Pero y si Pamela estaba en lo cierto? ¿Escondidos dónde?

Mark no los había visto, no creía que estuvieran allí. De todas formas llevaba consigo una buena vara de acero. Más les valía no acercarse demasiado, pensó. Se armó de coraje y se preparó para salir.

─Allá voy. ─Abrió la puerta trasera de la maldita furgoneta, la furgoneta que les había dejado allí encallados en el peor momento.

─¡Dios mío, Mark, ten cuidado! ─Becka vio a su novio bajar de un salto.

Mark Sheldon se adentró en la espesura de la noche mientras los árboles le observaban a su alrededor.

Algo se movió detrás de él...

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